miércoles, 27 de abril de 2011

Comunicación Federal

Desde el lunes 25 de abril se está presentando el Foro de Tele-Comunicaciones Argentina Conectada, en el Hotel Hilton de Puerto Madero. Pero más allá del coqueto contexto, lo importante es la movida de contenidos que se están generando EN TODO EL PAÍS. Sí, parece que no tendremos la obligación de mudarnos a Capital Federal para acceder a los medios de comunicación, que las producciones locales tendrán contenidos locales de calidad.
El Árbol de Contenidos Universales Argentinos (ACUA) será un canal de diálogo, donde la diversidad estpe plasmada desde los formatos, los discursos, el lenguaje. TODA LA ARGENTINA, estará representada. Esto será posible gracias a los Polos Audiovisuales Tecnológicos que se están armando en todo nuestro territorio. "ACUA será un espacio de reivindicación de lo público, rescata las experiencias argentinas como una producción social de sentido, un motorizador fuera y dentro de la pantalla" así, lo presentó el Sr. Nicolás Schonfeld (Responsable del Banco Audiovisual de Contenidos Universales Argentinos - BACUA).
Es importante comenzar a responder a este llamado para construir el entramado cultural y que todas las provincias estén en diálogo para promocionar diversidad temática y estética. La nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual 26.522 y el Decreto 1148/2009 aseguran el marco legal y tecnológico para instalar y fomentar capacidades comunicativas en todo nuestro país.
Estamos acostumbrados a la unificación del relato, a la concentración de la producción, el 85% del total nace de sólo dos empresas, la TV Digital está poniendo en marcha una revolución comunicacional. Por ejemplo, en la provincia de La Pampa están trabjando 40 productoras, realizando contenidos de ficción, periodísticos, documentales, etc.; es más se están abriendo nuevas fuentes de trabajo: se buscan sonidistas, guionistas, editores. Imaginen cuántos jóvenes podrán hacer realidad el sueño de hacer lo que les gusta sin mudarse a Buenos Aires.
En este proyecto participan empresas locales, universidades nacionales, gremios, cooperativas, organizaciones sin fines de lucro, el INCAA. Muchos ya están involucrados desde hace años luchando por hacer realidad el sueño de la COMUNICACIÓN FEDERAL.

lunes, 18 de abril de 2011

Cuadernillo de Apuntes IV - Com, cult, y soc. 5to. B J.M. Estrada Banfield

Definición
La palabra prejuicio deriva del Latín praejudicium, ha sufrido un cambio significativo desde el período clásico. Hay tres etapas de transformación.
1)       para los antiguos quería decir precedente, o sea un juicio que se basa en decisiones y experiencias previas.
2)       Más tarde, el térmico adquirió en inglés la significación de un juicio formado antes de un debido examen y consideración de los hechos: un juicio prematuro o apresurado.
3)       Finalmente, el término también adquirió su matiz emocional actual, aludiendo al estado de ánimo favorable o desfavorable que acompaña a ese juicio previo y sin fundamentos.

Una definición más breve sería: pensar mal de otras personas sin motivo suficiente. La frase “pensar mal de otras personas” debe ser entendida como una expresión elíptica: incluye sentimientos de desprecio o desagrado, de miedo o de aversión, así como varias formas de conducta hostil, tales como hablar contra ellas o atacarlas con violencia. “Sin motivo suficiente” significa que no se fundamenta en hechos, como “estar seguro de algo que no se sabe”. Quien es prejuicioso recurre a una escogida selección de unos pocos recuerdos personales, los mezcla con rumores y generaliza en exceso. En ocasiones, el que piensa mal carece de toda experiencia directa que pueda justificar su juicio. Hasta hace poco años de los norteamericanos pensaba extremadamente mal de los turcos, aunque eran muy pocas personas que había visto jamás a un turco, y pocas inclusive las que conocían a alguien que hubiera visto a alguno. El motivo para pensar así radicaba exclusivamente en que habían oído acerca de las matanzas en Armenia y sobre las legendarias cruzadas.
Comúnmente el prejuicio se manifiesta en el trato con miembros individuales de grupos rechazados. Prestamos poca o ninguna atención a diferencias individuales. Podríamos definir el prejuicio como: actitud hostil o prevenida hacia una persona que pertenece a un grupo, simplemente porque pertenece a ese grupo, suponiéndose por lo tanto que posee las cualidades objetables.
Veamos, por ejemplo, ¿Qué ocurre con un ex presidiario? Todos saben que es muy difícil para él conseguir un puesto seguro, en el que pueda alcanzar una posición desahogada y respetable. Los empleadores desconfían, por regla general, al conocer los antecedentes del individuo. Pero a menudo son más desconfiados de lo que los hechos lo autorizan a serlo. Si estuvieran mejor dispuestos a conocer la verdad podrían descubrir tal vez que el hombre que tienen delante se ha reformado realmente, o inclusive puede ser que su condena haya sido injusta.
El establecimiento excesivo de categorías es quizás la trampa más frecuente en que cae la razón humana. A partir de hechos insignificantes nos lanzamos a hacer magníficas generalizaciones. Un hombre que conoció casualmente a tres ingleses en toda su vida, declaraba posteriormente que todos los ingleses tenían atributos comunes que él había observado en esas tres personas. Existe una base natural para esta tendencia. La vida es tan corta, y la exigencia de adaptaciones prácticas tan grande, que no podemos permitir que nuestra ignorancia nos detenga en nuestros asuntos cotidianos Tenemos que decidir si los objetos son buenos o son malos por clases. No podemos tomar en consideración cada uno de los objetos del mundo.
No toda generalización excesiva es un prejuicio. Algunas son simplemente concepciones erróneas, en las que organizamos una información inadecuada. La diferencia es: si una persona es capaz de rectificar sus juicios erróneos a la luz de nuevos datos, no alienta prejuicios, son prejuicios cuando son irreversibles bajo la acción de conocimientos nuevos, (porque) se resiste activamente a toda evidencia que pueda perturbarlo. Estamos propensos a reaccionar emocionalmente cuando se amenaza a un prejuicio con una contradicción.
El efecto final del prejuicio es colocar al objeto del prejuicio en una situación de desventaja no merecida por su propia conducta. Veamos los distintos modos de reacción que el prejuicio alienta:
Grados de acción negativa (desde la menos, hasta la más enérgica)
  1. Hablar mal: la mayoría de la gente que tiene prejuicios habla de ellos, se expresa el antagonismo libremente. Pero muchas personas nunca pasan de este grado moderado de acción hostil.
  2. Evitar el contacto. Si el prejuicio es más intenso, lleva al individuo a evitar el contacto con los miembros del grupo que le desagrada, a veces a costa de inconvenientes considerables. No inflinge ningún daño directo al grupo que le disgusta.
  3. Discriminación. La persona con prejuicios lleva a la práctica, de modo activo, una distinción hecha en detrimento de algún grupo. Excluye de cierto tipo de empleos, de una zona de residencia, se los priva de sus derechos, se los segrega.
  4. Ataque físico. En condiciones de alta tensión emocional, el prejuicio puede llevar a actos de violencia.
  5. Exterminación. Linchamientos, matanzas y un programa de genocidio es el grado máximo de violencia.

La actividad en un nivel determinado sirve de transición para deslizarse con facilidad al siguiente. Ejemplo: fueron los ataques verbales de Hitler contra los judíos los que llevaron a los alemanes a evitar el contacto con sus vecinos judíos, y aún con los que antes habían sido sus amigos. Esta preparación hizo más fácil promulgar las leyes de discriminación de Nuremberg, las que a su vez hicieron que pareciera natural el incendio de sinagogas y los ataques callejeros que vinieron luego. El paso final en la progresión macabra fueron los hornos en Auschwitz.

El proceso de categorización

La mente humana tiene que pensar con la ayuda de categorías (generalizaciones). Una vez formadas, las categorías constituyen la base del  pre-juicio normal. No hay modo de evitar este proceso. La posibilidad de vivir de un modo algo ordenado depende de él. Podemos decir que el proceso de categorización tiene cinco importantes características:

1)       Construye clases y agrupamientos amplios para guiar nuestros ajustes diarios. (Ejemplo: cuando un perro de aspecto fiero viene corriendo por la calle, lo categorizamos como un perro rabioso y le huimos) En esta y en otras innumerables ocasiones lo que hacemos es tipificar un suceso aislado, ubicarlo dentro de un rubro familiar y actuar en consecuencia. A veces estamos equivocados: el suceso no corresponde a esa categoría. Sin embargo, nuestra conducta ha sido racional. Esto quiere decir que nuestra experiencia en la vida tiende a conformarse en agrupamientos (conceptos, categorías), y que si bien podemos equivocarnos de categoría, es innegable que ese proceso domina toda nuestra vida mental. Millones de procesos acaecen todos los días. No podemos apreciarlos uno por uno. Si pensamos en ellos es para tipificarlos. Una nueva experiencia siempre debe insertarse en categorías antiguas. No podemos tratar cada nuevo acontecimiento como si fuera una novedad absoluta. Si así lo hiciéramos ¿de qué serviría nuestra experiencia pasada? El filósofo Betrand Russell ha resumido así la cuestión: “Una mente perpetuamente abierta sería una mente perpetuamente vacía”.
2)       La categorización se asimila lo más posible al agrupamiento. La mente tiende a categorizar los sucesos de la manera “más burda” que sea compatible con la necesidad de acción. Si puedo agrupar a 13 millones de mis conciudadanos bajo una simple fórmula: “los negros son estúpidos, sucios e inferiores”, simplifico mi vida enormemente. Sencillamente trataré de evitar a todos y cada uno de ellos. ¿Hay algo más simple?
3)       La categoría nos permite identificar rápidamente a un objeto por sus rasgos comunes. Cada acontecimiento tiene ciertos rasgos que sirven para poner en acción las categorías del pre-juicio. Ejemplo: si vemos un automóvil viene zigzagueando hacia nosotros pensamos que “el que maneja está borracho” y actuamos de acuerdo con esa noción. Una persona de piel oscura activará todos los conceptos acerca de los negros que predominen en nuestra mente. Si la categoría dominante comprende actitudes y creencias negativas, inmediatamente evitaremos a esa persona o adoptaremos con ella el hábito de rechazo que nos resulta más familiar y accesible. La utilidad de este proceso parece consistir en facilitar la percepción y la conducta; en otras palabras, hacer más rápidos, más fáciles y adecuados nuestros ajustes a la vida.
4)       La categoría satura todo lo que contiene con iguales connotaciones ideacionales y emocionales. Algunas categorías son casi puramente intelectuales. A tales categorías las llamamos conceptos. Árbol es un concepto constituido en base a nuestra experiencia con cientos de tipos de árboles aislados y a pesar de que tiene esencialmente un solo significado ideacional. Pero muchos de nuestros conceptos tienen además de un significado, un sentimiento característico. No sólo sabemos lo que es un árbol, sino que también nos gustan los árboles.
5)       Las categorías pueden ser más o menos racionales. Hemos dicho que en general una categoría comienza a constituirse en base a un “germen de verdad”. Una categoría racional parte de ello, y se agranda y solidifica a través del aumento de la experiencia pertinente. Tal es el caso de las leyes científicas, establecidas como categorías racionales. Están respaldadas por la experiencia y las consideramos racionales cuando tienen un alto grado de probabilidad de predecir un acontecimiento. Sin embargo nuestra mente parece no hacer ninguna distinción en la formación de categorías, las irracionales se forman con igual facilidad que las racionales. Probablemente se forman más fácilmente porque los sentimientos emocionales tienen la propiedad de actuar como esponjas. Las ideas atraídas por una emoción poderosa, tienen mayor propensión a conformarse a la emoción que la evidencia objetiva.

Una categoría irracional es aquella que se forma sin la adecuada evidencia. Puede que la persona ignore simplemente la evidencia, en cuyo caso se trata de una concepción errónea. Muchos conceptos dependen de lo que se oye decir, de informaciones de segunda mano, y por esta razón, a menudo es inevitable la constitución errada de una categoría.
Admitimos de  manera selectiva nueva evidencia en una categoría cuando ella nos confirma en nuestras creencias previas. Ejemplo: un escocés tacaño nos deleita, porque confirma nuestro pre-juicio. Es agradable poder decir: “Es como te lo había dicho”. Pero si encontramos evidencia contradictoria con nuestro preconcepto, lo más probables es que le ofrezcamos resistencia.
Existe un procedimiento mental muy común que permite a la gente mantenerse aferrada  a pre-juicios aun frente a evidencias contradictorias. Ese procedimiento consiste en admitir excepciones. Este es de una eficacia contundente, al excluir unos pocos casos, el rubro negativo queda intacto para todos los demás. En resumen, a la evidencia contraria no se la admite, permitiendo que modifique la generalización, en lugar de ello se la reconoce superficialmente y se la excluye.


Los valores personales como categorías

Las categorías más importantes que un hombre tiene es su serie personal de valores. Es raro que piense en ellos o que los analice detenidamente: lo más común es que los sienta, los afirme y los defienda. Tan importantes son las categorías de valores que la evidencia y la razón se ven forzadas habitualmente a acomodarse a ellas.
El filósofo Spinoza ha definido lo que él llama “prejuicio de amor” diciendo que consiste “en sentir por alguien, a causa del amor, más de lo que es justo sentir”. El amante generaliza de modo excesivo las virtudes de su amada. Existen buenas razones para creer que este prejuicio de amor es mucho más esencial para la vida humana que su contrario, el prejuicio del odio. Uno debe primero sobreestimar las cosas que ama para poder subestimar luego las que les oponen. Las vallas se erigen en primer término para proteger lo que amamos.
Las vinculaciones positivas son esenciales para la vida. El niño pequeño no podría existir sin su relación de dependencia con respecto a la persona que lo nutre. Debe amar e identificarse con alguien o algo antes de que pueda aprender a odiar.
[Ejemplo] Un estudiante de Massachussets, que decía ser un apóstol de la tolerancia (eso era lo que él creía) escribió: “El problema de los negros no se resolverá mientras a esos imbéciles blancos del Sur no se les introduzca un poco de materia gris en sus cabezas huecas.” Los valores positivos del estudiante eran idealistas. Pero, para colmo de ironía, su “tolerancia” militante desemboca en una condenación prejuiciosa de un sector de la población al que él percibía como una amenaza para sus valores de tolerancia.
Resulta muy conveniente creer, si uno puede, que la categoría propia está totalmente bien y la del prójimo totalmente mal. El proceso resulta especialmente claro en tiempo de guerra. Cuando un enemigo amenaza todos o casi todos nuestros valores positivos, reforzamos nuestra resistencia y exageramos los méritos de nuestra causa. Sentimos que nosotros estamos totalmente en lo cierto, [por ende] nuestro enemigo ha de estar completamente equivocado.
Lo familiar nos proporciona la base indispensable de nuestra experiencia, terminan por gustarnos estilos de comida, las costumbres, las personas con las que hemos crecido. Le son dados a un niño tanto sus padres, como sus vecinos, la región y el país en que nace. Lo mismo ocurre con su religión, raza y tradiciones sociales. Para él todas estas afiliaciones se dan por descontadas. Puesto que él es parte de ellas y ellas son parte de él, son buenas.

Las diferencias entre grupos

La persona con prejuicios explica de modo casi invariable su actitud negativa en función de alguna cualidad objetable que distingue al grupo despreciado. Se alega que todo el grupo posee un olor desagradable, mentalidad inferior, o una naturaleza taimada, agresiva u holgazana.
Aun para el investigador es difícil lograr una estricta objetividad en el estudio de las diferencias nacionales y raciales. Él tiene sus propios prejuicios, con los que debe luchar, en pro y en contra de ciertos grupos. No conoce el grado en que ellos afectan su propia interpretación de los datos. Un especialista en ciencias políticas James Bryce (1838 – 1922), pronunció una conferencia en Oxford sobre el tema: “Las relaciones entre las razas humanas adelantadas y las atrasadas”. En ella invocó la teoría darviniana de la evolución para justificar las agresiones de las razas “aptas” y fuertes, contra las más débiles. Recriminaba a los indios americanos su terca negativa a adaptarse a las normas del hombre blanco. Las matanzas fueron el inevitable resultado. La sumisión en los negros, observa él con complacencia, es innata. El hombre negro “sobrevive porque se somete”. Los trabajos serviles son por ende, los que convienen a los negros. Los negros en su mayoría no están aptos para votar, argumenta Bryce, no sólo a causa de su ignorancia, sino también porque tienen “impulsos súbitos e irracionales” que los convierten en fáciles víctimas de la demagogia. El matrimonio entre seres de distintas razas le causa horror. Además de la repulsión innata contra esta práctica, para él constituye un fuerte argumento en contra de ello la afirmación no demostrada de que los híbridos raciales son débiles, si no físicamente, por lo menos en lo relativo al carácter. El diagnóstico que él realiza de esa sociedad, aunque el no lo sepa, se basa en sus propios prejuicios y no en hechos probados.
No es necesario retroceder hasta fines del siglo XIX para ver cómo la ciencia puede echarse a perder por obra del prejuicio. Los “descubrimientos” y “leyes” enunciadas por los psicólogos y sociólogos alemanes bajo el régimen nazi constituyen ejemplos concluyentes. Con toda seriedad declaraban: “Todos los renglones de la investigación humana se basan en la raza”.  Estos “hombres de ciencia” adscribían la delincuencia a la herencia racial y declaraban: “Los habitantes delincuentes son la causa de los barrios miserables y no viceversa”.
Por contraste, encontramos hombres de ciencia que con mucho apresuramiento rechazan toda posibilidad de que existan diferencias apreciables o fundamentales entre las distintas razas, nacionalidades o grupos.
Las diferencias por sí solas no crean hostilidad. Considerando los tipos de grupos contra los cuales se conoce la existencia de prejuicios, hallamos que ellos integran no menos de catorce clases: raza, sexo, niveles de edad, grupos étnicos, grupos lingüísticos, regiones, religiones, naciones, ideologías, castas, clases sociales, ocupaciones, niveles de educación, grupos de interés (sindicatos, clubes, etc). Pero este listado no es satisfactorio porque notamos que los grupos víctimas de discriminación integran más de una categoría, por ejemplo los negros pueden padecer diferencias raciales, de clase, de religión, educación, ocupación.
El antropólogo Clyd Kluckhonh escribe: a pesar de que el concepto de raza es del todo genuino, probablemente no exista ningún otro campo de la ciencia en el cual sean tan frecuentes y tan serios los malentendidos entre la gente culta. Uno es la confusión que existe entre las agrupaciones raciales y las étnicas. El primer término se refiere a los vínculos hereditarios; el segundo a vínculos sociales y culturales. Veamos las definiciones que aporta el Diccionario de la Real Academia Española.
Etnia. (Del gr. θνος, pueblo).1. f. Comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etc.
Raza. (Del lat. *radĭa, de radĭus). Cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia.

Se piensa en la herencia como en algo inexorable, que confiere a un grupo una esencia que ya no puede ser abandonada. Resultan de ellos una serie de ideas distorsionadas, ejemplos: la raza negra debido a las fuerzas implacables de la evolución, está todavía cerca del mono. Un descendiente de esta raza lleva consigo las “tendencias” que se le adjudican.
Existen varias razones por las cuales –especialmente a fines del siglo XIX y XX - la “raza” se ha convertido en el núcleo principal para el establecimiento de categoría de ideas acerca de las diferencias humanas. El darwinismo proporcionó la imagen de especies divididas en distintas variedades o razas. La “fascinante” idea de que las razas puras son mejores se apoderó de la imaginación popular. El darwinismo se utilizó como argumento para el racismo y para justificar el prejuicio. Muchas veces un solo fragmento de la realidad visible, basta para que los pensamientos de la gente se concentren en la posibilidad de que todo este vinculado a ese fragmento. El carácter de una persona se considera vinculado a sus ojos rasgados, o se piensa que la agresividad va unida al color negro. Tenemos la tendencia habitual a acentuar y exagerar un rasgo que capta nuestra atención y a asimilar el máximo posible de cosas a la categoría visual creada.
Encontramos la misma tenencia en el caso de la categorización por sexo.  Existen claro está, características primarias y secundarias del varón y de la mujer, determinadas por los genes. No obstante, en la mayoría de las culturas la posición de las mujeres está exageradamente diferenciada de la de los hombres. El punto visible de la diferencia física se convierte en imán de toda suerte de adscripciones imaginarias.
La mayoría de la gente no conoce la diferencia entre raza y grupo étnico, entre raza y casta social, entre lo natural y lo adquirido. Responde a un principio de economía del pensamiento adscribir a la raza peculiaridades de la apariencia,  las costumbres y los valores. Es más simple atribuir las diferencias a la herencia que descifrar todas las complejas razones sociales que determinan esas diferencias.
La raza constituye un tema favorito para la propaganda de los alarmistas y los demagogos. Hitler encontró que el racismo es muy útil para distraer a la gente de sus propios problemas, proporcionándoles una fácil víctima propiciatoria.
Volviendo al problema de la visibilidad, nuestra experiencia nos enseña, en primer lugar, que cuando las cosas parecen diferentes, por lo común son diferentes. Todos los seres humanos muestran diferencias de aspecto. Uno espera ciertos tipos de conducta de un niño y no de un adulto, de una mujer y mujer y no de un hombre. Si bien algunas diferencias visibles entre la gente son personales y únicas (cada rostro tiene su forma y expresión propias), muchas de estas diferencias pueden ser tipificadas. Las diferencias de sexo y edad son ejemplos obvios. Otros: color de la piel, la forma de los rasgos, los gestos, la forma de hablar o el acento, la forma de vestir, las prácticas religiosas, hábitos de alimentación, nombres, lugar de residencia, etc. Si bien algunas diferencias son físicas e innatas, otras son adquiridas. Si bien algunos grupos tratan a veces de disminuir su “visibilidad”, otros resaltan su carácter de miembro de alguno.
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Para reflexionar y hacer

¿Qué categorías de pensamiento propias reconocés?
Buscá en diarios y revistas un ejemplo de cada grado de acción negativa.
¿Cuáles son los valores personales que identificás? Hacé una lista.
¿Qué grupos distintos visualizas en tu curso, en tu escuela, en tu barrio. Enumerá las características de los miembros que la componen.




miércoles, 13 de abril de 2011

Profesores de esperanza

Hoy tuve un nuevo encuentro con mis alumnos. Hace dos semanas que comenzamos a hablar sobre el proyecto de vida. Lo de "comenzamos" es más una forma de decir, una expresión de deseo, más que una realidad. Es poco lo que imaginan, lo que sueñan y no dejo de preguntarme y cuestionarme cómo llegaron a eso.
Cuando les pregunto, la primera respuesta es "no sé", en la segunda  aparecen el dinero, la fama y el poco esfuerzo; formando una trinidad que desanima. Pero no quiero ser injusta, hay excepciones, pero duele que sean uno o una, dos a lo sumo.
Lo que sé es que no es su responsabilidad, los veo ahí, sentados, quietos, con la cabeza pensando en el "afuera", afuera de la escuela los espera un mundo, que por ahora no ha mostrado demasiado sus garras, al menos para la mayoría. 
Pero en algo coincidimos en la charla de hoy, entre "ellos" los a-lumnos, los sin luz, y nosotros, los profesores "magistrales", hay un abismo. No sólo nos separan años de vida, experiencias distintas; a veces creo que nos miran como si habláramos arameo antiguo; esperando, deseando que un milagro nos robe la voz. Muy poco de lo que los docentes ofrecemos les interesa, muy poco los apasiona. El sistema nos está quedando viejo, las herramientas, las técnicas se parecen a los antibióticos que ya no hacen efecto, por la mala administración de las dosis.
La sala de profesores muchas veces se parece a una sesión de terapia grupal, donde la catarsis se mezcla con el cansancio de los que ya han intentado mucho, la decidia de los que jamás lo hicieron y el empuje de los que todavía tienen la esperanza de enseñar y seguir aprendiendo.
Mientras tanto, entre diseños nuevos, semanas repletas de horas para llegar a fin de mes, tenemos que hacernos un tiempo y repensar. Aceptar que la buena oratoria, la didáctica y muchas otras cosas necesitan de algo más.
Llegar a ellos, hacerlos soñar y desear, no es sólo nuestra tarea, pero podemos marcar la diferencia. Ahora que  ya no somos portadores de conocimiento; porque el conocimiento se guglea y en dos clics nos caen millones de datos, hoy estamos llamados a ser mensajeros de la esperanza. Convercerlos y convencernos de que todavía se puede.

viernes, 8 de abril de 2011

Primer día de clases

El miedo me subía de los pies a la cabeza: el patio enorme, con el damero en azul y amarillo; decenas de niñas todas vestidas iguales; miles de recovecos desconocidos; olores nuevos. Mi mamá me llevaba de la mano con su panza de ocho meses y yo con mis infantiles angustias tratando de sujetarla, de retenerla. Mi abuela materna nos acompañaba, dando seguridad a las dos.
Sonó el primer timbre de aquel primer día y me negué a formar. Nos quedamos las tres firmes bajo la galería que conservaba cierto aire fresco a pesar del caluroso verano de 1984; mientras la escuela entera se organizaba ante nuestros ojos.
Aquellos personajes difusos, con la señal sonora se agruparon al instante en los lugares asignados, maestras de impecable guardapolvo blanco, orgullosas frente al grado. Cada alumno en su baldosa, con otras dos de distancia entre el niño que seguía.
 Pero lo perturbador, lo que más me asustaba, eran esas mujeres de túnica negra desde el cuello hasta los tobillos, con un velo que les cubría el pelo. ¿Cuántos años tendrían? ¿Por qué mangas largas y de medias de lana en verano? ¿Eran peladas? ¿Estaban enojadas?
Después de aquella primera pequeña rebeldía de obviar la formación inicial se acercó una de ellas, la hermana Beatriz. A cada uno de sus pasos yo respondía con un firme apretón a la mano de mi mamá. Recuerdo el sudor, el temblor, la fuerza de mis pequeños cinco años y nueve meses debatiéndose entre salir corriendo o esperar lo inevitable. Pero la mujer desplegó su sonrisa y una de esas miradas que inspiran confianza a la altura de mis ojos, me habló con voz suave. ¿Querés conocer a tus compañeros y a tu nueva señorita? preguntó, a decir verdad no, no quería. Dentro mío planeaba volver a mi casa, con mi mamá, vigilar que esa beba que estaba en su panza no viniera a quitarme nada y dejar la escuela para un mejor momento.
Pero su mano extendida a mí se impuso y con los ojos cerrados, mientras algunas lágrimas se escapaban, caminé los primeros pasos. Se detuvo delante de la puerta del aula y se presentó así: Soy la hermana Beatriz, no tengas miedo. Acá vas a hacer amigos y a aprender mucho, dentro de un ratito volvés con tu mamá. Y me borró el llanto con su pañuelo. Así entré al aula… de la mano de Beatriz y con su predicción vuelta certeza en pocos días.
Mi primer día de clases quedó grabado porque fue el único que recuerdo como traumático. Fue la punta de un ovillo en el que se enredaron amigos, anécdotas y aprendizajes académicos y de los otros. Allí conocí docentes pasadores, dadores, prescriptores, instructores.
Recuerdo a mi segunda maestra, Mabel, “la suplente” de primer grado (por razones que no recuerdo en todos mis años de la primaria empezaba el ciclo con una docente y terminaba con otra). Ella con su voz dulce y paciencia infinita nos hacía cerrar los ojos para escuchar su relato. En palabras de Graciela Montes, ella fue una docente  “repartidora de ocasiones” para imaginar, para seguir siendo niños amando a la lectura.
En la secundaria se multiplicaron los profesores, también se cruzaron límites. Aquel temor a las sanciones se fue desvaneciendo y nos animamos a mucho más. Seguimos recordando en reuniones de ex-alumnos cientos de anécdotas. Aún me sonrío y me avergüenzo un poco. La vez que nos negábamos a hacer silencio en una clase de Catequesis y la hermana Cecilia sugirió que al que no le interesaba que se fuera y con el grupo “rebelde” decidimos aceptar la invitación y en sincronizada organización salimos de a una; dejando a la pobre monja de cara estupefacta con sólo cinco oyentes.
Fui del grupo conflictivo de aquella década del ’90, calificada por todos mis docentes como inteligente pero un poco vaga. Dos frases decoraron todos los informes previos a las calificaciones numéricas: “puede rendir más” y el fatídico “Conversador en clase. Debe aprender a escuchar”.
Creo que comprendí desde aquel primer día la dinámica para sobrevivir al sistema. Cumplir y retener conceptos básicos con los docentes autoritarios y/o irracionales; pero por otro lado, aprovechar al máximo, escuchar y aprender de aquellas autoridades democráticas que basaban su posición en el saber que habían acumulado y que disfrutaban en transmitir.
Comparto la mirada de la herencia que consiste en homenajear el pasado para reinterpretarlo respetando la singularidad del otro. Formé parte de una institución plagada de reglas, de tradiciones, de próceres y santos a quienes venerar. Sin embargo, el respeto y el diálogo tenían vida fuera de las letras de los códigos de convivencia. Primó siempre la reverencia por la persona, teniendo en cuenta su situación, sus circunstancias. Mi escuela, fue escuela, familia y hogar. Porque a pesar de todas las vivencias, o precisamente por ellas; he aprendido, me he prendido, para hacerme y deshacerme, sumando recuerdos y olvidos que construyeron a la mujer, a la madre y a la profesora que soy.

Enseñar- aprender

El aprendizaje es un acto espontáneo y libre que involucra tanto al educador como al educando. Requiere de ambos capacidad crítica para incorporar y recrear nuevas experiencias que mejoren en ambos vértices su comprensión del mundo. El educador debe ser un guía humilde, que transmita su saber involucrándose en la curiosidad del educando buscando siempre nuevos caminos para repensar, reconstruir lo ya pensado y construido.  El educando debe desear y persistir en las ansias de  conocer. Lo fundamental del aprendizaje es descubrir en él, la alegría del encuentro con lo desconocido, la oportunidad de plenificarnos como personas y el acceso a la posibilidad del cambio constante. El aprendizaje es en sí mismo un compromiso, una relación de amor y entrega que siempre requiere de dos para hacerse realidad.

La Conquista de América el problema del otro Cap III - Todorov-

ADVERTENCIA: ESTE ES SÓLO UN RESUMEN
Cap III Amar

Cortés entiende relativamente bien el mundo azteca que se descubre ante sus ojos, ciertamente mejor de lo que Moctezuma entiende las realidades españolas. Y sin embargo esta comprensión suya no impide que los conquistadores destruyan la civilización y la sociedad mexicanas; muy por el contrario, uno tiene la impresión de que justamente gracias a ella se hace posible la destrucción. Hay ahí un encadenamiento aterrador, en el que comprender lleva a tomar y tomar a destruir, encadenamiento cuyo carácter ineludible se antoja cuestionar: ¿No debería la comprensión correr pareja con la simpatía? Y más aún, el deseo de tomar, de enriquecerse a expensas de otro,¿no debería llevar a querer preservar al otro, fuente potencial de riquezas?
No sólo los españoles comprendían bastante bien a los aztecas, sino que además, los admiraban y sin embargo, los aniquilaron: ¿por qué? [Pero] las frases admirativas de Cortés (…) siempre se refieren a objetos: la arquitectura de las casas, las mercancías, las telas, las joyas; (…) sin que ello roce siquiera la idea de compartir la vida de los artesanos que producen esos objetos (…) pero no reconoce a sus autores como individualidades humanas.
(…) Los indios ocupan en el pensamiento de Cortés una posición intermedia: son efectivamente sujetos, pero sujetos reducidos al papel de productores de objetos, de artesanos, de juglares; con una admiración que, en vez de borrar la distancia existente entre ellos y él, más bien la marca.
En el mejor de los casos, los autores españoles hablan bien de los indios; pero, salvo en casos excepcionales, nunca hablan a los indios. Ahora bien, sólo cuando hablo con el otro le reconozco una calidad de sujeto, comparable con el sujeto que yo soy. Si el comprender no va acompañado de un reconocimiento pleno del otro como sujeto, entonces esa comprensión corre el riesgo de ser utilizada para fines de explotación, de “tomar”; el saber quedará subordinado al poder.
Por ello no se tomaron en serio los “millones”  de Las Casas, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias cuando se trata de especificar el número de indios desaparecidos. Si alguna vez se ha aplicado a un caso la palabra genocidio es a éste, hablamos de una disminución de la población estimada en 70 millones de seres humanos. Los conquistadores-colonizadores no tienen tiempo que perder, deben hacerse ricos de inmediato; por consiguiente, imponen un ritmo de trabajo insoportable, sin ningún cuidado de preservar la salud, y por tanto la vida de los obreros.
Los indios eran especialmente vulnerables a las enfermedades porque estaban agotados por el trabajo y ya no tenían amor por la vida; “la culpa es de la congoja y la fatiga de su espíritu, que nace de verse quitar la libertad que Dios les dio, porque realmente los tratan muy peor que si fueran esclavos”, decía el mestizo Juan bautista Pomar en su Relación de Texcoco (1582) donde reflexionaba sobre las causas de la despoblación.
¿Cuáles son las motivaciones inmediatas que llevan a los españoles a adoptar esta actitud? Una es el deseo de volverse muy rico y con rapidez, lo cual implica que descuide el bienestar, incluso la vida del otro. Pero todo ocurre como si los españoles encontraran un placer intrínseco en la crueldad, en el hecho de ejercer su poder sobre el otro, en la demostración de su capacidad de dar muerte.
Cabría hablar aquí de sociedades con sacrificio y sociedades con matanza. El sacrificio es un homicidio religioso, en nombre de la ideología oficial, ejecutado en la plaza a ciencia y paciencia de todos. La identidad del sacrificado se determina por reglas estrictas. El sacrificado es ni semejante ni totalmente diferente, sus cualidades se aprecian más que las de un hombre cualquiera, generalmente es un valeroso guerrero. Éste se efectúa en público y muestra la fuerza del tejido social, su peso en el ser individual.
La matanza, en cambio, revela la debilidad del mismo tejido social, la forma en que han caído en desuso los principios morales que solían asegurar la cohesión del grupo. Se realiza en preferencia lejos y mientras más lejanas y extrañas sean sus víctimas mejor será: se las extermina sin remordimientos, la identidad individual de la víctima de la matanza no es pertinente. Las matanzas nunca se reivindican, se las guarda en secreto y se las niega.
(pág 179) Sin embargo, el comportamiento de los españoles está condicionado por la idea que tienen de los indios, idea según la cual éstos son inferiores; en otras palabras están a la mitad de camino entre los hombres y los animales. Sin esta precisa existencial la destrucción no hubiera sido posible. Sabemos que los españoles dejaban muy a propósito de recurrir a intérpretes. Sin lengua y sin entender estaban sin libertad de responder a las reglas que se les leía y presos de las penas que implicaban su incumplimiento.
Se duda de su entendimiento, de su igualdad de derechos. Pero incluso si se admite que se deba imponer el bien al otro ¿quién decide, una vez más, qué es barbarie, qué es salvajismo y qué es civilización? Sólo una de las dos partes que se enfrentan, entre las cuales ya no subsiste igualdad ni reciprocidad. La doctrina de la desigualdad se expresa también en las cartas, los informes o las crónicas de la época; todas ellas tienden a presentar a los indios como imperfectamente humanos.
El debate entre los partidarios de la igualdad o de la desigualdad de indios y españoles llega a su apogeo y al mismo tiempo encuentra su una encarnación concreta en el enfrentamiento entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Sepúlveda basa su teoría de la desigualdad en Aristóteles, según la cual aquellos hombres que difieren  tanto de los demás como el cuerpo del alma y la bestia del hombre son por naturaleza esclavos. Él cree que el estado natural de la sociedad humana es la jerarquía, no la igualdad, está fundada en un principio único: el imperio y dominio de la perfección sobre la imperfección, de la fortaleza sobre la debilidad, de la virtud excelsa sobre el vicio. Sepúlveda reúne toda diferencia en la simple oposición entre bueno y malo.
Es revelador encontrar que los indios se equiparan a las mujeres, lo cual prueba el paso fácil del otro interior al otro exterior (puesto que el que habla siempre es un varón español). Ante todo, el otro es nuestro propio cuerpo; de ahí la equiparación de los indios y las mujeres con los animales, con aquellos que, aunque animados, no tienen alma.
La guerra a los indios se justifica porque: se considera que los indios por su naturaleza deben obedecer y si rechazan la obediencia no queda otra que el uso de las armas; porque comer carne humana y el culto a los demonios despierta la ira de Dios; porque se debe preservar a los que cada año mueren en rituales de sacrificio y porque la guerra contra los infieles abre el camino a la propagación de la religión cristiana y facilita la tarea de los misioneros.
(pág. 193) Todas estos aspectos implican que no se le reconozca al otro su estatuto de humano, semejante a uno y diferente a la vez. La piedra de toque de la alteridad no es el presente y próximo, sino el él ausente o lejano. El intercambio oral, la falta de dinero y de vestido, al igual que la falta de bestias de carga, implican un predominio de la presencia sobre la ausencia, de lo inmediato frente a lo mediatiazado. En este punto preciso es donde podemos ver cómo se cruzan el tema de la percepción del otro y el de la conducta simbólica (o semiótica). Lo semiótico  no puede ser pensado fuera de la relación con el otro; el lenguaje sólo existe por el otro, no sólo porque se dirige a alguien sino porque evoca a un tercero ausente.
(pág 195) Hay una “tecnología” del simbolismo, tan susceptible de evolución como la tecnología de los instrumentos y dentro de esta perspectiva los españoles estaban más “avanzados” que los aztecas (o, generalizando: las sociedades con escritura son más avanzadas que las sociedades sin escritura), aún si solo se trata de una diferencia de grado.
Por su parte, la concepción igualitarista de De las Casas está surgida de la enseñanza de Cristo. No es que el Cristianismo ignore las oposiciones o las desigualdades; pero la oposición fundamental en este caso es la que existe entre creyente y no creyente. Cualquiera puede volverse cristiano, las diferencias no corresponden a diferencias de naturaleza.
Las Casas no es el único defensor de los derechos de los indios, la reina Isabel hizo lo propio junto con una bula del papa Paulo III. Pero Las Casas le da una expresión más general, postulando así la igualdad en la base de toda política humana: afirma que las leyes y reglas naturales, así como los derechos de los hombres son comunes a todas las naciones, cristiana o gentil. Se trata de una igualdad entre nosotros y los otros, españoles e indios, supera la igualdad abstracta en peticiones concretas.
Pero ¿quién decide sobre qué es natural en materia de leyes y derechos? ¿No será precisamente la religión cristiana? La identidad biológica lleva una suerte de identidad cultural frente a la religión: todos son llamados por el Dios de los cristianos, y es un cristiano el que decide cuál es el sentido de la palabra “salvación”.
Observaciones empíricas afirmaban que los indios ya estaban provistos de rasgos cristianos (“no hay en el mundo gentes tan mansas ni de menos resistencia ni más hábiles e aperejados para rescebir el yugo de Cristo como éstas”). Los indios están dotados de virtudes cristianas, son obedientes y pacíficos, una mirada similar a la que Colón sostenía en un principio con “el buen salvaje”. Estas cualidades Las Casas asume que las encuentra en poblaciones y en momentos diferentes; que aunque sus ritos y costumbres difieran son personas humildes, liberales, domésticas, pacientísimas; que todas procedieron de Adán y además son dispuestas a ser atraídas al conocimiento de su creador.
Es impresionante ver como Las Casas se ve llevado a describir a los indios en términos completamente negativos o privativos: son personas sin defectos, no esto, no lo otro. Una de las primeras impresiones de Las Casas es que si esta gente es indiferente a la riqueza, es porque tiene moral cristiana. El prejuicio de igualdad es un obstáculo en el conocimiento, todavía mayor, que el de superioridad; pues consiste en identificar pura y simplemente al otro con el propio “ideal del yo” (o con el propio yo).
(Pág. 206) ¿Puede uno querer realmente a alguien si ignora su identidad, si ve en lugar de esa identidad, una proyección de sí o de su ideal? Sabemos que es posible, e incluso frecuente en las relaciones entre personas, pero ¿qué pasa en el encuentro entre culturas? ¿No corre uno el riesgo de querer transformar al otro en nombre de sí mismo, y por lo tanto, de someterlo? ¿De qué vale entonces ese amor?
Las Casas rechaza la violencia pero para él solo hay una “verdadera” religión: la suya. Y esa verdad no es solamente personal, sino universal; es válida para todos, y por eso no renuncia al proyecto evangelizador en sí. No quiere que cese la anexión de los indios, quiere que la hagan religiosos en vez de soldados. Su sueño es un estado teocrático, donde el poder espiritual supere al temporal (lo cual es una cierta forma de volver a la Edad Media).
(Pág. 210) La sumisión y la colonización se deben mantener, pero hay que llevarlas de otra manera; no sólo ganarán con ello los indios (la no ser torturados y exterminados), sino también el rey y España. Al pedir de Las Casas y otros defensores una actitud más humana respecto a los indios, hacen lo único posible y verdaderamente útil. El odio inextinguible que le dedicaron todos los adversarios de los indios, todos los fieles de la superioridad de los blancos, es indicio suficiente de ello.
Dejó un cuadro imborrable de la destrucción de los indios, y cada una de las líneas que le han sido dedicadas desde entonces –incluyendo éstas- le debe algo. Nadie supo como él, con la misma abnegación, dedicar una inmensa energía y medio siglo de su vida a mejorar la suerte de los otros. Su ideología colonialista no mengua en nada la grandeza del personaje, sino al contrario.
(Pág 213) Al leer el texto de las Ordenanzas vemos la influencia de su discurso y también el de Hernán Cortés: lo que hay que desterrar no son las conquistas, sino la palabra “conquista”; la “pacificación” no es sino otra palabra para designar lo mismo. Ya no se puede contar automáticamente con la devoción de los españoles; entonces, ahí también habrá que reglamentar el parecer: no se les pide que sean buenos cristianos, sino que lo parezcan.
Hay otra lección de Cortés que no se olvida: antes de dominar hay que informarse. Una nueva trinidad pone en segundo plano a la del conquistador-soldado: está formada por el estudioso, el religioso y el comerciante (todos se ayudan entre sí y juntos, ayudan a España).
(Pág. 214) Las Casas y los defensores de los indios no son hostiles a la expansión española pero prefieren una forma frente a la otra, están en la ideología colonialista, contra la esclavista. El esclavismo reduce al otro al nivel de objeto (se manifiesta en los casos en que son tratados como menos que hombres: se usan sus carnes para alimentar a los demás indios o a los perros; los matan para extraerles la grasa, que supuestamente cura las heridas de los españoles; les cortan las extremidades, narices, manos, senos, lengua, sexo y los transforman en muñones informes, como se cortan los árboles).
Pero esta forma de utilizar a los hombres no es la más redituable. Si, en ves de tomar al otro como objeto, se le considerara como un sujeto capaz de producir objetos que uno poseerá, se añadiría un eslabón a la cadena –un sujeto intermedio- y al mismo tiempo, se multiplicaría al infinito el número de objetos poseídos. De esta llegan dos preocupaciones: mantener a este sujeto intermedio en ese papel de sujeto-productor-de-objetos  e impedir que llegue a ser como nosotros; y además, proporcionar al sujeto de cuidados e instrucción. Por ende la salud del cuerpo y del alma estarán al cuidado de especialistas laicos: el médico y el profesor.
La eficacia del colonialismo es superior a la del esclavismo; eso es por lo menos, lo que podemos comprobar hoy en día. Y Las Casas y Cortés no son tan opuestos como parecen, ambos pertenecen a la ideología colonialista; el primero ama a los indios pero no los conoce; Cortés los conoce a su manera, incluso si no les tiene un “amor” particular; su actitud frente a la esclavitud de los indios, ilustra bien su posición. A pesar de ello, desconocemos los sentimientos de los indios hacia Las Casas. Cortés, en cambio, es tan popular que los representantes del emperador de España, saben que los indios se sublevarían con una palabra de Cortés.
(Pág. 217) Los adelantos técnicos, simbólicos y culturales traídos por los españoles ¿siempre forman parte del colonialismo? ¿Es nefasta toda influencia, por el hecho mismo de su exterioridad? Se ve entonces que si el colonialismo se opone por una parte al esclavismo, se opone al mismo tiempo a otra forma, positiva o neutra, de contacto con el otro, a la que llamaré simplemente comunicación. A la tríada comprender/ tomar/ destruir corresponde otra, en el orden inverso: esclavismo/ colonialismo/ comunicación.
(Pág. 218) Por ejemplo: los cristianos se indignan por los casos de canibalismo; la introducción del cristianismo lleva a suprimirlos. Pero para lograrlo, ¡hay hombres a los que queman vivos! Toda la paradoja de la pena de muerte está ahí: mata para impedir que se mate. Paradoja de la colonización, aunque se realice en nombre de los valores que se creen superiores.
La cristianización es condenable, al igual que la exportación de cualquier ideología o técnica, desde el momento en que es impuesta, ya sea por las armas o por otra manera. Imponer la propia voluntad sobre el otro implica que no se le reconoce la misma humanidad que a uno, lo cual es precisamente un rasgo de civilización inferior. Nadie le preguntó a los indios si querían la rueda o los telares, o las fraguas; fueron obligados a aceptarlos; ahí reside la violencia y no depende de la utilidad que puedan, o no, obtener de esos objetos.
Sabemos que la violencia puede adoptar formas que en la realidad no son más sutiles, sino menos evidentes. Una cosa no es impuesta cuando se tiene la posibilidad de elegir otra y de saberlo. La relación entre saber y poder; que pudimos observar en ocasión de la conquista, no es contingente, sino constitutiva. Una buena información es el mejor medio de establecer el poder: lo hemos visto con Cortés y las ordenanzas reales. Pero por otro lado, el derecho a la información es inalienable y no hay legitimidad del poder si  no se respeta ese derecho. Aquellos que no se ocupan de saber, igual que los que se abstienen de informar, son culpables ante su sociedad, dicho en términos positivos  la función de información es una función social esencial.
La comunicación no violenta existe y se la puede defender como un valor. Es lo que podría permitirnos actuar de modo tal que la tríada esclavismo/ colonialismo/ comunicación no sólo sea un instrumento de análisis conceptual, sino que también resulte que corresponde a una sucesión en el tiempo.